El 25 de julio de 1990 inicié lo que iba a ser una Caminata para Salvar el Amazonas de dos años, desde Canadá hasta Sudamérica, para llamar la atención sobre la destrucción de las selvas tropicales y la primera Cumbre de la Tierra de las Naciones Unidas, que se celebrarÃa en 1992.
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TenÃa dinero para un mes, mucha fe, igual cantidad de miedo y una mochila con sobrepeso cargada de diapositivas y vÃdeos sobre el Amazonas y libros sobre plantas comestibles, setas y supervivencia.
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Llevaba un diario, lápices, pinceles, acuarelas, un bloc de artista, demasiada ropa, una toalla, tienda de campaña, saco de dormir, esterilla, brújula, linterna, repelente de insectos, hornillo, cubiertos, sartenes, mapas, cuchillo militar, cuerda, botiquÃn, artÃculos de aseo y un montón de cosas que pronto consideré innecesarias.
Llevaba botas adecuadas para el trabajo, pero no para caminar, y al cabo de dos dÃas tenÃa ampollas del tamaño de huevos y los pies tan calientes que me preguntaba si los estarÃan asando, tostando o friendo.
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A continuación, algunas notas de mi diario. 26 de julio de 1990
Cuando salà del albergue para comenzar mi caminata de doce mil kilómetros para salvar el Amazonas, era un hermoso dÃa soleado y mi ánimo estaba alto cuando me despedà del fotógrafo del periódico local y salà de la histórica ciudad canadiense de Kingston se dirigió hacia las Mil Islas de la vÃa marÃtima de San Lorenzo y la frontera con Nueva York y los Estados Unidos de América.
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Mis pasos eran sorprendentemente ligeros, teniendo en cuenta que ahora soy básicamente un sin techo, con el dinero justo para un mes. Pero a medida que avanzaba el dÃa y aumentaba el calor, el peso sobre mi espalda empezó a pasarme factura. El sudor me caÃa de la frente a los ojos, me dolÃa la espalda y el cuello se me estiraba hacia delante mientras los hombros me tiraban hacia atrás por la pesada carga que llevaba a la espalda.
Mi mente luchaba mientras el estrés fÃsico se acumulaba junto con el reconocimiento de la enorme tarea que tenÃa ante mÃ.
Daba un paso, luego otro y otro, avanzando penosamente hasta que me vi obligada a quitarme la mochila y caer aliviada al suelo, siempre que era posible, a la sombra de un árbol. ¡Qué calor hacÃa!
El dÃa se convertÃa en atardecer y el placer del comienzo de la jornada se habÃa transformado en agonÃa. Mi espalda pedÃa alivio a gritos y mis pies ardÃan.
Cayó la noche y busqué un lugar para acampar. Cuando la carretera estuvo libre de tráfico, me movà detrás de unos árboles, desempaqué mi saco de dormir y me tumbé debajo de un arbusto. Fue una noche inquieta y pronto estaba sudando y siendo atacado por mosquitos. Fue una noche agitada y pronto empecé a sudar y a ser atacado por los mosquitos.
Estuve toda la noche dando vueltas en el saco de dormir y cuando me levanté por la mañana mi ropa estaba empapada de sudor. Apestaba a repelente de insectos y mi saco de dormir estaba cubierto de babosas.