1989: Un dÃa, mientras caminaba por el Amazonas, vi una fruta parecida a un limón que podÃa comer. Salà del sendero para recoger la fruta y noté que mi pie estaba al lado de un agujero. Me asomé al agujero, preguntándome qué criatura vivÃa allÃ, recogà la fruta y regresé al sendero para pelarla. Mientras pelaba, miré al suelo. ¡Se me salieron los ojos de las órbitas y de repente sentà un terror abyecto! ¡Mi cordura se fue volando! ¡Comencé a gritar y bailar por mi vida!
Del agujero salieron las criaturas más malas y de aspecto más desagradable que jamás haya visto y tenÃan mi muerte escrita por todas partes. Aunque nunca habÃa visto nada parecido a estas cosas, supe al instante que eran venenosas y luego descubrà que se llamaban Hormigas Bala. Cuando te muerden es como si te hubieran alcanzado una bala.
Las hormigas medÃan una pulgada y cuarto de largo, eran negras, tenÃan cuerpos blindados y mandÃbulas que parecÃan anzuelos sujetos firmemente a sus cabezas. Nunca habÃa visto algo tan decidido en mi vida. Algunos ya estaban subiendo por mis piernas con sus mandÃbulas sin cesar en su búsqueda de algo que morder. Por suerte me habÃa metido los pantalones dentro de los calcetines, como habÃa visto en las pelÃculas. Probablemente esto me salvó la vida porque las hormigas no se metieron en los pantalones.
IContinué gritando mientras aplastaba a los feroces monstruos en el suelo con mis botas, pero el suelo estaba blando y seguÃan apareciendo, aún más enojados. Estaba librando una batalla perdida. Me cubrà las manos con las mangas de la camisa para quitarlas de los pantalones. Uno llegó a mi cadera. Golpeé a la hormiga con mi manga, pero se enganchó y sin dudarlo cargó hacia arriba por mi brazo con sus mandÃbulas juntándose como una máquina de coser codiciosa.
"¡Va a por mi cuello!" Pensé, mientras me arrancaba la camisa sin importarme que los botones se rompieran, y continuaba bailando y gritando hasta que me mordieron directamente a través de mis jeans. Fue como si me metieran una aguja al rojo vivo. ¡Y esto me despertó! Encontré mis sentidos. Me gritaron que huyera. Hice. Mi pierna ardÃa como loca. ¡Afortunadamente tenÃa una botella de ron para ocasiones como esta, asà que vertà un poco en la herida y bebà el resto! Mi pierna estuvo rÃgida durante horas después.
En lugar de asustarme y alejarme de la jungla, esta experiencia me permitió ver su belleza. Me di cuenta de que habÃa muchas criaturas sobre los árboles y los arbustos. No los habÃa visto antes porque no sabÃa dónde buscar. Anteriormente habÃa estado buscando algo grande en lo más profundo del bosque. Ahora miré mucho más de cerca y descubrà que por todas partes, sobre las hojas, los troncos y el suelo, habÃa lagartos, serpientes, arañas e insectos disfrazados de manera asombrosa. Por alguna razón me acordé de la vieja serie de televisión de Kung Fu. La serie comenzó con el héroe teniendo que caminar sobre papel de arroz sin romperlo. Si pudiera hacer esto, se moverÃa silenciosamente y podrÃa salir del monasterio. Me di cuenta de que esto es lo que debo hacer cuando avanzo por los bosques. Ahora, cuando camino por el Amazonas, o cualquier otro bosque, me pongo en modo Kung Fu. Si alguien me viera, pensarÃa que estoy loco arrastrándose por la jungla como un loco de Kung Fu, pero asà es como puedo ver a las criaturas. Camino despacio, sin apenas romper una ramita, escuchando, escuchando todo el tiempo, hasta que oigo un ruido. Luego me detengo, me quedo en silencio y miro para ver de dónde viene el ruido. De esta manera puedo encontrar la criatura que hizo el sonido.
En un lugar como el Amazonas, se ve primero con los oÃdos. Luego con tus ojos.